En la antigua Roma, la infamia
consistía en la degradación del honor civil, ocasionando la pérdida de la
reputación ante la sociedad. Al ciudadano romano que la padecía, le tocaba
soportar un potencial descrédito una vez efectuado el Censo por parte del magistrado
competente. Así, de esta manera, era tachado aquel ciudadano de infamis,
pues su estatus radicaba, principalmente, en el timbre de orgullo que este
ostentaba ante la sociedad. Dicho orgullo que surgía por consecuencia del
prestigio y reconocimiento, se veía gravemente afectado cuando el ciudadano
romano era tachado de infame. La situación no es novedosa.
En efecto, la infamia desde la
antigua Roma ha evolucionado de forma negativa, dado que, es constantemente
utilizada por cuestiones políticas como método de supresión del adversario,
pues en Colombia la misma es empleada no únicamente para degradar la honra y el
buen nombre de las personas, sino también para truncar las aspiraciones, obras
y legados de aquellos que sí han trabajado y le han aportado innumerables
aspectos positivos al país.
Luego, combinar todas las formas
de lucha, valerse del poder jurisdiccional para perseguir a quienes defienden
convicciones diferentes, visitar cárceles para recopilar falsos testimonios,
intrigar a través de series inexactas, y, difundir información falsa con
complicidad de sujetos inescrupulosos, son por excelencia las conductas más
aplicadas por los líderes de la infamia colombiana. Claro está, que, a
diferencia de la antigua Roma, en Colombia hacen lo propio para eliminar
moralmente a quienes constituyen una contención efectiva a la amenaza
populista.
Allí está el fondo del asunto. Y
es en este punto donde debemos ahondar: Colombia vive actualmente un riesgo
desmedido de colapso, por consecuencia de algunos representantes de la
izquierda radical, quienes, en vista de sus reiteradas derrotas en las urnas,
no han encontrado estrategia más deleznable que atacar ferozmente a personas
que, gracias a su indiscutible éxito en la gestión pública, aportaron un legado
digno al país.
El revanchismo de los perdedores,
las mentiras de quienes auspician las campañas de desprestigio digital, y, el
afán insospechado de sentarse a improvisar en la Casa de Nariño (2022), son
motivos de peso para castigar con una nueva derrota a los representantes del
sectarismo político nacional, que siembra odio, mentiras y cizaña. Tanto más,
no siendo menos grave, vale la pena revisar las mediocres gestiones de aquellos
sujetos que, en su vaga experiencia administrativa ocasionaron graves detrimentos
patrimoniales a sus ciudades y departamentos. Ello no lo podemos pasar de
agache, como quiera que, la ineptitud y la incompetencia de los infames no
tiene parangón.
Conclusión: los legitimadores de
la infamia además de infames, son ineptos, populistas e incompetentes,
principalmente, cuando de gobernar se trata. Tengo certeza que ello no es
coincidencia.
Comentarios
Publicar un comentario