Haber detonado semejante bombazo en una escuela de policía para atacar a jóvenes que apenas gozaban de su formación, es un acto canalla propio de la bellaquería humana. Quienes así lo hicieron son, prosaícamente, unos burdos miserables, pusilánimes y deleznables. No puede haber calificativos menos gruesos, dado que el daño es irreparable. En efecto, los genocidas del ELN manifestaron toda su maldad visceral al cocinar dicho atentado, el cual se traduce en una afrenta imperdonable dirigida a magullar los derechos humanos y la política de seguridad de los colombianos. En un Estado de Derecho como el nuestro, con aspiraciones fundacionales de sujeción a la ley, propias de un sistema democrático serio y organizado, el apego a la normatividad es un principio irrevocable. El orden coactivo, la estabilidad institucional y el bienestar social son pilares fundamentales para preservar la convivencia humana. Por ello, no es admisible incurrir en actos terroristas de ninguna clase, mucho
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