El desarrollo sostenible lo
definimos como la capacidad de satisfacer las necesidades de la generación
presente, sin perjudicar la capacidad de satisfacción de las necesidades de la
generación futura. Es acá donde encontramos una doble finalidad: la primera,
contribuir con el desarrollo de los habitantes del presente; y la segunda,
contribuir con el desarrollo de las generaciones venideras. Observamos un
primer objetivo que es la propensión del bienestar general, toda vez que se
busca desde una óptica temporal (presente y futuro) no solo beneficiar a unos,
sino a todos. Es allí, donde aparece la sostenibilidad en el tiempo. Lo que es
más que positivo para el desarrollo de un Estado Social.
Encontramos que, cualquier
política pública debe ir en sintonía con el desarrollo sostenible para que
cuente con eficiencia, eficacia y
efectividad en la práctica. Y esto cobra mayor relevancia porque, las políticas
públicas de seguridad, vivienda, salud y educación deben ser prolongadas para
la tranquilidad y el desarrollo del conglomerado social. Esto es, precisamente,
lo que debería obligar a los gobernantes de turno a continuar con todo aquello
que resulte positivo para la sociedad, sin importar la relación política que
lleve con su antecesor. Propiamente, nos
referimos a combatir el efecto Adán y Eva, el cual es, creer que todo inicia
cuando uno llega y que todo se acaba cuando uno se va. ¡Nada más nocivo para nuestra
democracia!
Por lo antecedente, consideramos
que los gobernantes del mundo contemporáneo deben comprender tres aspectos
fundamentales: el primero, que hay que continuar y fortalecer lo beneficioso que han heredado del
gobernante anterior. El segundo, que hay que corregir lo que no está
funcionando bien, sin acudir con sectarismo al espejo retrovisor. El tercero,
que hay que distanciarse de las vanidades personales, según las cuales, no se
continúan con las obras idóneas para el desarrollo económico y social de un
territorio, únicamente porque estas fueron ideadas e impulsadas por el
antecesor político que, generalmente, milita en toldas diferentes a las suyas.
Por el contrario, debe trabajarse, siempre, para lograr los objetivos del
desarrollo sostenible, los cuales son: el crecimiento económico, el bienestar
social y la protección del medio ambiente.
Frente al crecimiento económico
es vital comprender que, la economía es una construcción continuada en el
tiempo, en la que se requiere del aporte de todos. No basta únicamente con las
medidas positivas de un alcalde, gobernador o presidente de turno para crecer,
sino que es menester echar mano de los aspectos positivos de los antecesores.
Acá la cuestión supera cualquier rezago ideológico. Frente al bienestar social,
debemos asumir que los derechos sociales como salud, vivienda y educación solo
son sostenibles si los desarrollamos como políticas públicas de Estado
prolongadas en el tiempo, y no como meras políticas de gobierno. Frente a la
protección del medio ambiente, debemos satisfacer los retos de la
sostenibilidad ambiental, los cuales exigen implementar políticas del futuro,
para largos años y no para someros turnos. Y a todo lo anterior, hay que
sumarle voluntad política, rigor y profundidad. Solo así podremos satisfacer
los objetivos del desarrollo sostenible para crecer como nación.
Nuestro mensaje es claro: la
gobernabilidad está llamada a superar cualquier lucha ideológica, porque el
esfuerzo debe concentrarse puntualmente en la satisfacción de las necesidades
del conglomerado social. Y no en devaneos políticos carentes de fondo y de
estructura. La política del nuevo siglo
no puede emular las formas impetradas por los líderes conservadores y liberales
del siglo XX. Ello está mandado a recoger. Ahora solo es factible pensar en la
armonía absoluta de la nación.
¡La política nos solicita
anteponer la razón sobre el apasionamiento!
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