El gobierno Duque recibió hace
cuatro meses un país descuadernado con infinidad de problemas sustanciales y
estructurales. Las expectativas en los primeros meses fueron positivas para el
conglomerado nacional, toda vez que los sectores socioeconómicos y los
ciudadanos colombianos en un acto de buena fe y de confianza legítima, le
proporcionaron una senda aprobación al presidente de la república, puesto que
creyeron en él y se sintieron representados.
Empero, todo comenzó a
desvanecerse cuando se anunciaron medidas impopulares despreciadas con ahínco
por la población, como, por ejemplo, la mal denominada ‘ley de financiamiento’
o comúnmente conocida ‘reforma tributaria’, la improvisación ministerial, la
contradicción con el partido de gobierno, y los constantes enfrentamientos con
una oposición agresiva, que únicamente se ha preocupado desde el 07 de agosto
por desestabilizar lo propuesto.
Luego, para referirnos a cada
punto, debemos manifestar lo siguiente…
Primero, frente a la ley de
financiamiento, no hubo pedagogía ni comunicación asertiva con los ciudadanos
sobre la necesidad inexorable de tramitar la misma. El ministro de hacienda,
Carrasquilla, asumió desde el inicio un comportamiento imprudente, al
manifestar opiniones desviadas que carecían de una previa explicación, tales
como afirmar que el salario mínimo era muy alto y que subiría impuestos para
disminuirle la carga tributaria a los empresarios.
Craso error el del ministro: en
primer término, no podía expresarse así frente a los ciudadanos de a pie, ya
que estos inmediatamente comprendieron un abuso dado que sintieron expuestos
sus bolsillos. Y bien sabemos que no hay situación que le duela más a un
colombiano como que le toquen su patrimonio. En segundo término, fue un
exabrupto considerar elevado el salario mínimo vigente porque, los ciudadanos
asumieron dicha afirmación como una degradante afrenta institucional. En tercer
término, no les explicaron con rigor a
los colombianos los efectos de tramitar una reforma fiscal, por ende,
cada cual entendió lo que quiso. Desafortunadamente, el efecto fue funesto dado
que, comprendieron todo lo negativo; ni un solo aspecto positivo. He ahí el
problema.
Segundo, ha relucido abruptamente
la improvisación de algunos ministros que, por ser técnicos mas no políticos,
desconocen el mero funcionamiento del Congreso y las relaciones con los
congresistas, lo que les ha dificultado llevar una relación en sintonía. Es
cierto que los gobiernos deben ser integrados por ministros académicos, pero no
es menos cierto que también hay que incluir a los políticos, pues hay aspectos
del simple funcionamiento orgánico que no pueden desconocerse.
Tercero, hemos observado como el
partido de gobierno, Centro Democrático, difiere sin piedad en aspectos
trascendentales con el mandatario que ellos mismos ayudaron a elegir. Algunas
veces pareciera que no les gustara Duque, lo cual ha causado zozobra dentro de
los electores, ya que el conducto regular es encontrar plena coherencia.
Además, hemos comprobado como
algunos congresistas se quejan por la falta de representatividad y otros tantos
por la carencia de mermelada. Existen quienes todavía no se acostumbran a la
escasez de contratos y cupos indicativos. Lo cual ha contribuido también con la poca
gobernabilidad del presidente. Finalmente, no podemos ignorar la férrea
oposición de algunos políticos que se han dado a la tarea de atacar con
virulencia cualquier propuesta del gobierno, no obstante, siendo positiva.
Razones de peso para padecer una
rimbombante crisis de gobernabilidad e impopularidad. ¡Enhorabuena, estamos a
tiempo de mejorar!
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