En nuestra calidad de seres
mortales, débiles y apasionados, estamos determinados constantemente a
equivocarnos. De allí, proviene el afortunado adagio popular según el cual
errar es de humanos. Precisamente, ello es lo atractivo de ‘ser’ personas:
podemos cometer errores, una y mil veces, ya que nuestra naturaleza está
determinada para cumplir dicho fin.
Por esta razón, es que los
desaciertos y las equivocaciones son los padres de aquel proceso de crecimiento
personal y espiritual que, necesariamente debemos surtir para encontrar nuestra
misión existencial. No es malo equivocarse; por el contrario, es un aspecto
positivo dentro del comportamiento humano, toda vez que es necesario pasar por
ello para replantear ideas, ideales, situaciones, visiones y proyectos
personales. Quien no acepta equivocarse difícilmente encontrará su vocación
vital. Y ello sí es inquietante. Así que equivoquémonos cuánto más podamos; ¡si
somos bien intencionados en el error, nada negativo nos podrá afectar!
Bien hemos escuchado que, las
personas más sabias son aquellas que han incurrido en grandes desaciertos
personales, pues sin estos posiblemente no habrían aprendido las lecciones
constructivas que traen envueltas algún garrafal error. Y este es el punto que
queremos tocar en este escrito: toda equivocación es una oportunidad maquillada
de grandes éxitos; detrás de aquella, generalmente, se presentan grandes
alternativas para mejorar nuestras vidas y la de nuestros semejantes.
De esta manera, resulta
trascendental comprender que, como personas nos debemos sentir tranquilos y
orgullosos de nuestros deslices, puesto que sin estos no seríamos mejores
personas: más sabios, más expertos y más mesurados en nuestro accionar. Además,
si nuestras equivocaciones involuntarias no afectan a ningún tercero, nada
deleznable se nos puede reprochar. Empero, estas contribuirán para que surjamos
como personas de bien. Luego, es importante entender que, lo bueno no es lo
perfecto, sino aquello que hacemos con coraje, corazón y determinación,
teniendo presente aquella sagrada convicción de que, estamos aportando la mejor
versión de nosotros mismos. Nuestra misión es tratar de dar lo mejor de sí
mismos, no obstante haber llegado al mundo para tropezarnos.
Por tanto, mi invitación radica
en que no veamos únicamente el aspecto negativo de un fracaso o desacierto,
sino que, miremos en ello más allá de lo que pensamos; imaginemos, siempre, que
detrás de un problema viene implícita, correlativamente, una anhelada
satisfacción personal. Si así lo aplicamos, auguro notables alegrías y éxitos
monumentales. ¡No olvidemos que somos lo que imaginamos!
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