El tristemente célebre
expresidente Santos no vaciló en abandonar el país antes que su situación
jurídica se complicara. Sin consideración alguna y sin sonrojarse, asumió la
cobardía propia de los hombres no gratos para irse sin previa autorización del
Senado. Y ello no es espontáneo, pues bien sabemos que el indigno expresidente
sería, posiblemente, llevado ante la comisión de acusaciones para que
respondiera por la infinidad de desmanes que se ejecutaron en su malhadado y
nefando desgobierno de largos y tortuosos ocho años.
Tal vez, nunca en la historia
republicana habíamos padecido un mandatario con tan desagradables índices de
impopularidad. Y ello no es amañado puesto que no merece menos quien desconoció
las bases que lo eligieron en el 2010 y quien se robó las elecciones de 2014 a
través del dinero maligno, desechable y corrupto de Odebrecht. Santos, como los
pésimos administradores, tal cual semejante a su homónimo Petro, se caracterizó
por ser un burdo administrador cuyos resultados reflejan en la actualidad, un
triste inventario que, desafortunadamente deberá superar el nuevo Gobierno. He
ahí el motivo por el cual, el ministro de hacienda, Alberto Carrasquilla,
anunció una próxima reforma tributaria. El hueco fiscal que produjo el tartufo
Santos es enorme y debe taparse para sanear el estado de nuestra economía.
El derroche, la mermelada, la
corruptela, la improvisación, la desinstitucionalización, la violencia, y, la
impunidad son, apenas, algunos de los mínimos defectos que padeció el país
gracias a ese falso nobel llamado Juan Manuel. Los escándalos de corrupción en
sus dos cuatrienios tuvieron dimensiones bíblicas. No se había visto antes un
congreso tan espurio y arrodillado por consecuencia del dinero de la mermelada,
excluyendo, claro está, honrosas excepciones. Además, el país presenció el acto
más burlesco y humillante del que no tenía registro en la historia patria:
Santos, el indigno, convocó un plebiscito para poner a consideración del pueblo
su acuerdo habanero creyendo que lo aceptarían, empero, el mismo fue radicalmente
desaprobado. Sin embargo, asumiendo la conducta propia de un sátrapa desconoció
el resultado e implementó su acuerdo con las Farc mediante la coacción
ilegítima, vía ‘fast track’, a través de su bancada corrupta en el Congreso.
¿Quién iba a prever los alcances de Juan Manuel? ¡Engaño a todo mundo!
Como si fuera poco, para obtener
un nobel ilegitimo entregó los cimientos más sagrados de la democracia a una
banda de narcos, asesinos y secuestradores que le exigieron de todo, pero a
cambio no se comprometieron con nada. Hasta tanto, la banda terrorista Farc no
le ha cumplido a los colombianos, puesto que no ha devuelto la totalidad de
niños secuestrados, no han reparado a las víctimas, no han entregado sus bienes
producto de la extorsión y el narcotráfico, tampoco sus rutas ni socios y aun
así cuentan con un asiento en el Congreso y con un brazo armado que los
protege, denominado por ellos mismos dizque ‘disidencias’. Y, todo esto,
¿gracias a quién? Al tartufo Santos, quien actualmente se pasó por la faja la
constitución para evitar responder por sus desmanes ante el congreso y su
comisión de acusaciones.
Era de esperarse que Santos, como
las ratas asustadas, sin responder por sus faltas huyera al exterior, para
gozar de tanto dinero que se robó del erario y para disfrutar de una jubilación
inmerecida. Por lo pronto, podrá volarse, pero en la memoria de los colombianos
quedará registrado como un ser despreciable, malvado y enredador. Y eso es peor
que cualquier condición humana.
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