La academia en Colombia y en el
mundo es uno de los baluartes más sagrados de la vida humana. A través de esta
los habitantes de cada Estado cuentan con la posibilidad de adquirir nuevos
conocimientos, investigar y conocer a fondo la ciencia, y, de esta manera
mejorar ostensiblemente su condición social. En Colombia aquel que goza de la
posibilidad de acceder a un programa educativo para formarse es, actualmente,
un privilegiado, pues bien conocemos el esfuerzo económico y personal que debe
realizar un estudiante y sus familiares para financiar los costos de un
programa universitario. Encontrándonos con ello que, la educación más que un
derecho, se convierte en un limitado privilegio al que únicamente algunos
afortunados pueden acceder. Claro está, si nos referimos a la educación con
calidad, puesto que existen programas de pésimo servicio ofertados de manera
gratuita a personas de escasos recursos para maquillar la triste realidad.
Pero, el problema de fondo surge
cuando los jóvenes o adultos que ingresan a la universidad con total
entusiasmo- bien sea pública o privada- esperan en sus claustros encontrar
magníficos docentes que, a diferencia del colegio, gozan de mayor tecnicismo,
experiencia y cultura para enseñar un área determinada del conocimiento, sin
embargo, dicha ilusión se desvanece cuando en el sagrado ejercicio de la
‘libertad de cátedra’, algunos ‘formadores’ utilizan su posición de
superioridad para incentivar el odio, la perversión y la segregación propia de
las posturas ideológicas (izquierda- derecha).
Tristemente, es común observar a
una serie de ‘maestros’ universitarios haciendo uso de sus ‘cátedras’ para
despotricar y denigrar de determinados dirigentes, como si a los estudiantes
les interesara dicha situación o como si les pagaren para ello. Reemplazan su
verdadera labor educativa por cumplir con agendas políticas donde la prioridad
debería consistir en desarrollar un debate constructivo, deliberativo y sano
antes que incubar en sus alumnos un resentimiento social infundado. Ignoran
algunos ‘académicos’ que la academia es sagrada y que, de aquella florece el
futuro de la patria, puesto que desde las aulas universitarias se construye el
porvenir de la democracia. Por ello, no es admisible bajo ningún punto de vista
que haya quienes pretendan hacer de dicho espacio una jauría de malévolos en la
que no se construye, sino que se destruye.
¡La docencia está para construir
país, no para destruir ni para estimular rencores enfermizos!
No obstante, resulta acertado
ejercer la libertad de cátedra, no podemos hacer uso de esta para ir a hablar
mal de un dirigente político, ni de un Gobierno determinado, pues para ello
están las cafeterías o las tertulias organizadas. Ningún padre de familia ni
los estudiantes efectúan un esfuerzo semejante de asumir el costo de una matrícula
universitaria, para que un docente irresponsable utilice su curso de filosofía
o de economía con el fin de convocar marchas en contra del presidente electo o
de un partido político determinado. Aquel que lo haga está irresponsablemente
importunando su labor pedagógica y ello no lo podemos tolerar. Es menester
exigir con vehemencia, cero odio en la academia.
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