Admirable la reacción de los
colombianos frente a los bandidos de las Farc. El repudio vigoroso de la
ciudadanía en los últimos días ha sido eficaz y oportuno para que los
criminales comprendan que, no hay indulgencia alguna frente a sus atrocidades.
La población está indignada y el dolor es general. Esta tierra no soporta el
yugo maligno del comunismo asesino y revolucionario de aquella banda
criminal. No es comprensible para
ninguna persona, ni para la más tolerante, observar a un genocida, violador,
secuestrador, extorsionador, narcotraficante y pedófilo guerrillero, emitiendo
arengas sobre política y democracia. Es impresentable por donde quiera que se
le vea. También, humillante por demás. Para todos es un deshonor descomunal.
En efecto, es una debacle
nacional que criminales de alta peligrosidad se paseen por las calles dictando
lecciones de perdón y reconciliación. El cinismo de Timochenko es fatigoso para
cualquier alma racional: resulta imposible no sentir odio y desazón por la libre circulación de quien debería estar
muerto, o por lo menos, pudriéndose en alguna cárcel. El pueblo enardecido
siente frustración porque es inadmisible soportar a un bribón envalentonado por
patrocinio del Gobierno Nacional. Ni siquiera en las naciones más flexibles con
la criminalidad, le conceden el lugar que arbitrariamente le han otorgado al
jefe de las Farc. Debe ser aterrador
sentir la presencia libre y espontánea de un sujeto que durante 40 años ha ocasionado
sangre, lágrimas y dolor. Quién mató,
violó y secuestró no merece otra reacción por parte de la población.
Es razonable que los colombianos
alcen su voz y se manifiesten en las calles de cualquier ciudad. Lo sucedido en
Armenia es muestra de júbilo y sentido de pertenencia nacional, pues no
podíamos esperar menos de la ciudadanía. Por el contrario, a nuestro juicio,
los armenios fueron tolerantes. De haber sido en Antioquia, auguraría para
Timochenko un desprecio mayoritario.
Nuestro deber como ciudadanos de
bien consiste en promover una sanción socialmente efectiva en contra de la
banda terrorista Farc, pues de no hacerlo, nos estaríamos convirtiendo en
alcahuetes de ellos. La indignación debe transgredir la tranquilidad de los
criminales, para que comprendan que, así como el Gobierno Santos los quiere,
nosotros como ciudadanos, los odiamos. Es menester que sientan el yugo del
desprecio y de la hostilidad.
Por tanto, no puede haber
atenuantes de consideración, frente a quienes han desangrado, maltratado, y
despedazado la democracia y las instituciones colombianas. Que entiendan, los
de las Farc, que acá no son deseados y, que, el pueblo enfurecido, es capaz de
ejecutar con vehemencia, su rechazo. Timochenko y esa banda de facinerosos,
perderán aliento de “recorrer” las ciudades colombianas cuando no soporten el
rigor de 48 millones de ciudadanos ofendidos y acusándolos.
Solo así, lograremos ahuyentar a
esa caterva malvada que, para nuestro infortunio, Santos ha fortalecido. Es un
deber patriótico que nos asiste, no vacilemos para actuar. ¡Todavía estamos a
tiempo de reaccionar!
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