El señor
Gustavo Petro padece deficiencias mentales repulsivas. Así lo ha dejado
entrever con sus comportamientos, según él, proporcionados. En los últimos días
hemos sido espectadores de sus descabellados pronunciamientos en la red social
twitter. Allí se ha ocupado de vociferar como un canino rabioso en contra de
todo aquel que legítimamente lo confronta. No tiene vergüenza en igualarse a
una actriz que, valientemente expresa su opinión. El egocentrismo del
terrorista de antaño es incalculable, pues ni el mismo se soporta. De la misma
manera, lo han percibido sus compañeros de lucha. Ni ellos lo toleran. Su
negativismo y pesimismo irracional irrumpen en cualquier esfera de serenidad.
Se
denomina progresista pero no es más que un ejemplar por excelencia del
mamertismo resentido que, se atreve a contestarle con pedradas en la mano a
ciudadanos y celebridades que no vacilan en manifestarle la realidad: es un
falsario desmedido que no conoce de honor y lealtad. Un clon mejorado de Juan
Manuel Santos ahogado en su apócrifa vanidad. Adicional a ello, toda su vida
fue un ser malintencionado, pues hemos conocido como en su época de terrorista
del grupo M-19 no tuvo reparo en influenciar a sus compañeros de la Universidad
Externado, para conminarlos a participar en el espectro revolucionario. Para su
infortunio, muchos hicieron caso omiso a sus anhelos criminales. En aquella
época, el joven Petro alternaba sus estudios en economía con el uso de armas. Escondía
en su residencia el arsenal especializado con el que sus ‘camaradas’ asesinaban
a diestra y siniestra. Siempre fue un cómplice de todas las barbaridades del
M-19, así pretenda ocultarlo, y, ha dejado de manifiesto ser un vergonzante de
sus antepasados.
Hasta
tanto no hay indicios que logren determinar que Petro hubiese incurrido en genocidios
y homicidios, no obstante, ello no quiere decir que así sea. Además, su
ejercicio político ha sido espurio, toda vez que no ha realizado una obra
importante por la sociedad. Apenas se le conocen unas cuantas intervenciones en
el Congreso de la República en contra del entonces presidente Uribe,
manifestando su odio enceguecido. Hasta ahí, no ha hecho algo positivo por la
humanidad. Ha demostrado ser un mal administrador, con el agravante de que sus
vanidades superan las realidades de su trasegar político. Niega sus desaciertos
y carece de humildad para reconocerlos. El egocentrismo y la prepotencia
ahondan sobre sus cenizas.
Su desacertada
Alcaldía en la capital fue la más inhumana, puesto que se dio gusto
desbaratando los cimientos sagrados de una ciudad. No satisfecho con ello, aspira
dirigir a Colombia. Ahora, inmerso en el desamparo, padece múltiples desvelos
porque sus antiguos compañeros de lucha le voltean la quijada. Lo humillan, lo
ignoran, lo desprecian y lo consideran tóxico para cualquier proyecto político.
Fajardo, era uno de sus principales aliados, pero terminó espantándolo. De la
misma manera, ha ocurrido con Robledo, Claudia, y Clara López: ninguno quiere
saber de él, y en cuanto más lejos esté, lo consideran apropiado.
En breves
comentarios, Gustavo Petro está solo en el mundo político, y para la muestra de
un botón, podemos comprenderlo por el desaire de sus antiguos copartidarios. No
habíamos visto alguna aspiración más truncada y descabellada como la de aquel. No
obstante, su único apoyo está en su homónimo Timochenko, y, en su amigo, el
narcotraficante dictador, Nicolás Maduro. Son, tal vez, los únicos que lo apoyan
dentro del escenario público. Contando, a su vez, al mediano sector de
progresistas que poco a poco ha comenzado a descuidarlo.
Petro,
pudo haber sido un gran contendor, pero sus vanidades lo superaron. En política
no hay peor evento que encontrarse repudiado por sus coligados. En efecto, él
lo ha logrado en la esfera de su posible coalición. No contento con ello, ahora
está obteniendo lo mismo frente al electorado, pues nadie soporta a un
candidato intolerante con las opiniones sinceras del conglomerado. Por muy
áspera que sea la posición de un ciudadano, el candidato no puede igualarse con
talantes contestatarios. Hay que mantener prudencia y humildad frente a las
posturas de los ciudadanos. Es preferible convencerlos antes que confrontarlos.
Infortunadamente, Petro como potencial maniático ha hecho lo contrario.
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