Con estupor observamos hace unos
días la denuncia de la periodista Claudia Morales, a través de su columna en el
diario El Espectador. Su testimonio fue desgarrador por la carga emocional que
manifestaba, y así fue percibido por la opinión pública nacional. No podíamos
esperar menos porque se trataba del acto más cruel que puede padecer alguna
mujer: ser violada y ultrajada por uno de sus jefes. Hasta este punto admiramos
el valor de la periodista para manifestar lo que infinidad de mujeres callan,
pues no es fácil estar en el escarnio público por una conducta semejante. No
obstante, no comprendemos cómo es posible que apenas haya tomado la decisión de
denunciar una situación que debió manifestar desde el momento en que fue
víctima del delito.
¿Por qué hasta ahora viene a
denunciar lo que debió exponer desde el inicio?
Si Claudia Morales hubiere
gritado desde el momento en que sufrió los vejámenes, el victimario sexual que
la abusó, seguramente estaría en la cárcel, porque si bien es cierto que, el
miedo invade a una mujer susceptible de dicha conducta, no es admisible que
haya callado el nombre de quien la sometió a la peor condición humana, menos
encontrándose en el gremio en el que aquella laboraba. Ella, en su momento,
tenía todas las garantías legales para acusar al depravado que la accedió
carnalmente, pero no lo hizo. Y no era excusa la importancia del sujeto, ya
que, independiente del poder o dinero que ostentara el mismo, la justicia y la
nación estarían de su lado para apoyarla, y, evitar que la destruyeran física,
moral y profesionalmente. Con dolor es necesario manifestarle que ello no es
una excusa, pues en su calidad de avezada periodista tenía que llenarse de
coraje y determinación. El silencio no era una opción.
Sin más ni más, el embrollo es
que su acertada pero inoportuna denuncia a medias, ha dejado en el aire
infinidad de nombres sobre el posible violador. Como es costumbre algunos
sicarios morales aprovechan la ocasión para sugerir acusaciones y de ellas no
ha sido ajeno el senador Álvaro Uribe, a quien se han atrevido a desprestigiar
dizque por haber coincidido en cuatro viajes laborales con la periodista
Morales. Algo que a nuestro juicio, resulta totalmente absurdo e infundado ya
que si se tratara del mismo, de seguro Morales hubiese denunciado.
Detrás de todo, existe una
campaña sucia que viene de sectores opuestos al ex-mandatario en busca de un
golpe efectivo al Centro Democrático. Haciendo eco de tan despreciable
estrategia, algunos pretenden mancillar el nombre de un servidor y de su
partido en el escenario nacional e internacional. Pero, no les funcionará
porque para ello Claudia Morales debe manifestar mínimamente que no es Álvaro
Uribe, y, si es posible someterse a un polígrafo para aclarar la situación.
Ahora bien, frente al orquestador
de la situación, el sugestivo periodista, Jon Lee Anderson, podemos afirmar con
objetividad y rigor, según los hechos, que se trata de un hombre especializado
en vender humo desde la comodidad de Norteamérica. Es un ser despreciable que
no tiene pudor en mentir y sembrar cizaña en la población. Sus análisis
políticos han sido premiados por contar con la potestad de influir en el mundo,
mas no por su rigor investigativo. Además, es un tipo que se ha atrevido a
efectuar perfiles analíticos sobre los comunistas Fidel Castro y Hugo Chávez de
manera positiva; allí rescata de semejante peste humana, dizque ‘liderazgo y
pasión’. Su sesgo es exorbitante, y no es raro que pretenda vender dicha
cortina de humo para azotar a sectores políticos adversos a los suyos. El señor
Anderson está haciéndoles el mandado a ‘reputados’ periodistas colombianos que
piensan lo mismo pero son cobardes para manifestarlo. Muchos de ellos, adeptos
al Gobierno Nacional y odiosos de todo aquello que les huela a Uribe.
¿Qué podemos esperar de personas
así? Hacer política con las desgracias ajenas, quien sabe bajo órdenes de
quien. Ahí, se las dejo.
La periodista Morales, es
valiente, la apoyamos y comprendemos. Pero es menester que clarifique la
situación. Porque si pretendemos adivinar poniendo en tela de juicio el nombre
de alguien, como ciudadano, antes que del senador Uribe, previamente, de manera
personal y autónoma, me atrevería a sospechar de Darío Arizmendi, Yamid Amat o
Julio Sánchez Cristo y algunos otros que no vale la pena mencionar, pues muchos
de ellos pertenecen al mismo medio para el que aquella laboraba.
Carece de toda lógica toda vez
que el senador Uribe es un hombre de suma trascendencia nacional. Si fuera así,
hace años lo habría denunciado.
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