Los colombianos padecemos una maligna situación: la consumación de la
corrupción. La misma que por más de un siglo de historia patria ha carcomido la
esperanza de aquellos que crecimos esperanzados en un cambio eficaz y oportuno
para la nación. El asunto más que de ética es de ambición, dado que el corrupto
siempre está motivado por un móvil monetario o algún beneficio atractivo que lo
lleva a corromper el sano funcionamiento de cualquier institución.
La codicia y la avaricia son determinantes para detonar la peor esfera
de la condición humana. Los seres humanos son entes comportamentales, y de
ellos depende el progreso o el fracaso de cualquier proyecto. Actualmente, en
nuestro país los dirigentes de instituciones públicas y privadas han dejado
entrever que la aspiración de implementar un parámetro de ética- para el
correcto funcionamiento de la industria y la política- constituye una ilusión
difícil de alcanzar. Mientras dependamos del arbitrio de unos cuantos y no nos
interesemos por hacer parte del cambio, no esperemos que la situación mejore.
No basta con criticar cuando no estamos preparados para accionar. Si queremos
vivir en un Estado digno, lo primero que debemos hacer es interesarnos por
aquello que tanto detestamos: La política.
A través del ejercicio político y del establecimiento de un proyecto
vital donde nos tracemos la honestidad como valor fundamental, contribuimos al cambio y a la renovación. La
apatía de muchos jóvenes hacia lo público es lo que lleva a la clase dirigente
tradicional a perpetuarse en el poder, ignorando el bienestar general. En otros
términos, no es factible pretender que todo cambie cuando la administración de
los recursos continúa en las manos de los mismos. Debemos propender por la
mutación de lo negativo y para ello es necesario participar activamente en los
problemas de la nación.
Es absolutamente evidente que los colombianos estamos mamados de los
escándalos, verbigracia, Interbolsa, Electricaribe, Reficar, Odebrecht, entre
otros. Pero el hecho de sentirnos así no significa que con ello alguna cosa
vaya a cambiar. Nuestras palabras deben ser consecuentes con nuestras acciones.
Contamos con la posibilidad de actuar a través de muchas formas para
contribuir con la construcción de una cultura política sana y propositiva.
Dichas formas consisten en participar, debatir, deliberar, generando consensos
y liderazgo. A través de estos sagrados espacios de opinión, podemos aportar
nuestro granito de arena para el cambio, porque somos responsables de los
mensajes que transmitimos, sin olvidar que debemos ser coherentes y
consecuentes con lo que decimos, pensamos, creemos y pretendemos expresar.
Siempre habrá quien se sienta identificado con lo que opinamos y por esa razón
es que debemos preocuparnos por aportar.
Así pues, la mejor forma de combatir ese cáncer que nos agobia
(corrupción) es pronunciándonos en contra de aquel de manera insistente,
después de ello, estoy seguro que llegará el momento en que podamos hacerlo en
mejores espacios de la escena público-privada nacional. Por ahora preocupémonos
por dejar a un lado la indiferencia y hagamos parte de un cambio real; no
seamos desalmados con la tierra que nos vio crecer. ¡No nos desprendamos de
nuestro compromiso moral!
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