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LA CONDICIÓN HUMANA


Los seres humanos somos diversos en nuestra concepción, formación y visión del mundo, dado que hemos sido criados de manera diferente, con valores morales y éticos generalmente diversos. Sin embargo, es menester tener unas bases estables comunes a las de todas las personas que integran el conglomerado social. Específicamente me refiero a la capacidad de convivir pacíficamente, servir a los demás, y obrar con transparencia y buena fe, entendida esta como el comportamiento sincero con el que debemos actuar frente a la parte contraria.

En Colombia tristemente hemos notado que las bases mínimas de la escala de valores está en total decadencia ya que la conducta común de la mayoría de nuestros connacionales radica en la picardía y el ‘chanchullo’. La corrupción ha consumido las esferas de todo el territorio nacional y no sabemos hasta qué punto nos pueda llevar. La preocupación es exorbitante porque las nuevas generaciones se sienten inmersas en un río de delincuencia, y no necesariamente porque haya crimen común en las calles, sino porque sujetos que son ‘dignos de admirar’ terminan siendo potenciales bandidos de cuello blanco que tal vez el mundo no quiso criar. Es ahí donde surge dentro de la juventud un sentimiento de decepción. No es fácil comprender que la persona que se consideraba como modelo a seguir, sea imputada por nefastas conductas de criminalidad.

Muchos nos preguntamos: ¿por qué ese tipo de personas son así? La respuesta es sencilla, porque el hecho de haber pasado por un buen colegio, universidad, pertenecer a una familia prestante, ser extremadamente culto y haber recorrido el mundo no es garantía de que el ser humano vaya a tener una sólida escala axiológica y se comporte de manera honesta, transparente, solidaria y sobretodo leal; toda vez que este tipo de valores nacen desde el núcleo de la crianza e infancia y el error surge en las instituciones y en las familias por no enfatizar en la formación de verdaderas personas, sino en la asistencia de futuros prospectos que crecerán bajo las sendas materialistas del dinero y el poder, sin importar qué.  

Dicen por ahí que nada bueno se puede esperar de quien idolatre el dinero y el poder, más aun cuando el mismo concibe ambos instrumentos como elementos necesarios para la obtención del éxito. Pues bien, la cruda realidad es que muchos crecen con tales lineamientos y por ello en sus trabajos o labores queda en evidencia el tipo de personas que son.  Parte de la juventud colombiana, no cree en los dirigentes de este país, y no necesariamente porque haya escases de oportunidades e infinita explotación laboral, sino porque constantemente nos vemos decepcionados de figuras que toda la vida consideramos nuestros mentores hasta que la realidad nos muestra todo lo contrario. Es duro el golpe, pero a su vez muy motivador para comenzar a transformar la visión metálica con la que han instrumentalizado a la mayoría de colombianos.

Es por ello que debemos preocuparnos por formarnos más como personas, y no como sujetos sesgados de ambición y poder. El compromiso lo tenemos frente a nuestra generación, y todas las próximas generaciones. Estoy seguro que si atendemos el mensaje a conciencia, evitaremos en un futuro observar constantemente, con hastío, noticias que solo traen consigo un bagaje de delincuencia, bandidaje y corrupción. La condición humana de todos los colombianos puede mutar si el compromiso lo asumimos desde ahora.

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