Los colombianos padecemos una maligna situación: la consumación de la corrupción. La misma que por más de un siglo de historia patria ha carcomido la esperanza de aquellos que crecimos esperanzados en un cambio eficaz y oportuno para la nación. El asunto más que de ética es de ambición, dado que el corrupto siempre está motivado por un móvil monetario o algún beneficio atractivo que lo lleva a corromper el sano funcionamiento de cualquier institución. La codicia y la avaricia son determinantes para detonar la peor esfera de la condición humana. Los seres humanos son entes comportamentales, y de ellos depende el progreso o el fracaso de cualquier proyecto. Actualmente, en nuestro país los dirigentes de instituciones públicas y privadas han dejado entrever que la aspiración de implementar un parámetro de ética- para el correcto funcionamiento de la industria y la política- constituye una ilusión difícil de alcanzar. Mientras dependamos del arbitrio de unos cuantos y no nos inter...
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